jueves, 4 de junio de 2015

¿Cómo se valora el trabajo?.

Todo el mundo opina, aunque a manera de susurro, y con el rostro bien tapado en este mundo del arte, y sobre todo dentro de todo aquello que engloba hoy en día la palabra "Trova", porque hoy en día mucha gente se ha dado cuenta que "cómo pesan las palabras cuando marcha uno detrás, y cuando es uno el que tiene que decirlas".
¿En qué momento se volvió la valoración del trabajo una mera cuestión monetaria?, ¿En qué momento pierde uno el equilibrio?, ¿Quién nos enseñó a necesitar toneladas de papel y de plástico para ser felices?, ¿Quién nos inundó el corazón a los artistas con la lujuria por las cuentas de vidrio?, ¿En qué momento el artista cambia su trascendencia por su fama, o peor… su riqueza?.
Lo más irónico es que para acumular esa “riqueza”, se requiere, gracias a Dios,de trabajar todavía, aunque sean dos horas arriba de un escenario, sin mayor producción, ni inversión que eso.
Hay un punto de quiebre en todo ser humano y en todos los aspectos, en que te enfrentas a la ociosidad impúdica de la ostentación, ese transe donde pasa uno de las filias a las fobias, donde valoramos nuestro trabajo desde el miedo a perder, y no desde la necesidad de vivir.
¿Trabaja menos un albañil que construye los edificios que habitamos?, ¿Acaso vale menos su trabajo?, ¿Trabaja menos un campesino, un obrero, que un artista?.
En este tema tan escabroso nos debatimos juzgando unos a otros, de un extremo a otro, de un imbécil a otro, navegando entre los más diversos pretextos que nos ayuden a justificar en la medida de lo posible nuestro INDIVIDUALISMO con el que absurdamente desde la ignorancia defendemos nuestra “libertad”.
Bakunin escribe: “Todo lo que es humano en el hombre, y más que nada la libertad, es el producto de un trabajo social, colectivo. Ser libre en el aislamiento absoluto es un absurdo inventado por los teólogos y los metafísicos.”…
Un pensamiento que claramente se ha olvidado, si es que alguna vez se tuvo, y que se traduce en todos los ámbitos laborales, como la SINERGIA, la necesidad que tenemos unos de otros para subsistir, el círculo simbiótico que formamos entre toda la sociedad para que esta se mantenga en un bienestar prometido y una equidad que no pasa de ser un discurso de campaña, o peor aún… una ideología de fin de semana para el que puede pagar, conocida como “canción de protesta”…
Pero lo más terrible del caso no es esta crítica vetusta con la que los engañadores dicen que la “protesta es un engaña-muchachos”, sino la forma en que los sectores más tibios de la sociedad han transformado a los cantautores en una triste mezcla de atole con miel, a los cantores en una simple reproductora de viejos recuerdos al calor de las chelas del cliente, del que “hace los encargos caros, del que paga, del que tiene”.
Y cómo ellos se han dejado convencer de que la protesta “es para perder el tiempo y fantasear”, y que es para esos pinches “socialistas que otra vez vienen a joder con esos pobres que no quieren trabajar”.
Somos y seremos perpetuadores de todo lo que denunciamos, mientras sigamos caminando igual que los demás sin importar lo que digamos o las canciones que vendamos, y los discursos libertarios y de cultura y elevación que divulguemos.
Yo no soy quién para señalar ni decir nombres, ni pretendo atizar el fuego de los del “otro extremo”, los tontos que creen que la congruencia está en cobrar en centavos, y morir de hambre para “hacernos de un lugar en su parnaso” de sus revoluciones burguesas, y nos otorguen “un rinconcito en sus altares”, en su código absolutista de desacreditación masiva, que nacieron de un amor al deseo de cambiar al mundo y terminaron como “perseguidores de cualquier nacimiento”.
Yo simplemente creo que todo trabajador tiene derecho a cobrar por su trabajo, pero la valoración de ese trabajo debe medirse en muchas cosas más allá que tan solo toneladas de papel y plástico(ESO ES EL DINERO).
EL TRABAJO DEBE COBRARSE PARA CUBRIR NUESTRAS NECESIDADES, Y GUSTOS... NO PARA SUSTENTAR NUESTRAS AMBICIONES.
No tengo más que decir.

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